Aprender a cultivar nuestro interior

En el mundo del desarrollo personal se suele usar mucho la metáfora e imagen del iceberg para explicar y comprender en profundidad cómo somos los seres humanos.

Si es verdad que cuando nos observamos unos a otros solo podemos ver las conductas, los gestos, las actitudes y las palabras que cada ser humano expresa y exhibe o no expresa o exhibe, todo ello, parte de un lugar más profundo, menos tangible y más sutil que sustenta y da pie a lo que si se ve y, con ello, a los resultados que obtenemos en la vida en nuestras diferentes áreas.

En realidad, son nuestras percepciones, creencias, valores, nuestros permisos y el aderezo emocional que surge de toda esa mezcla la que realmente marca nuestras decisiones y, a la larga, el rumbo de nuestra vida.

En su libro “Los secretos de la mente millonaria” su autor T. Harv Eker lo explica de una manera brillante usando como símil un árbol.

«Imagínate un árbol. Supongamos que representa el árbol de la vida. En él hay frutos. En la vida, a nuestros frutos se los denomina nuestros “resultados”. Pero miramos los frutos (nuestros resultados) y no nos gustan: no hay suficientes, son demasiado pequeños o no saben bien. Entonces, ¿qué tenemos tendencia a hacer? La mayoría de nosotros pone aún más atención y concentración en los frutos, en los resultados. Pero ¿qué es lo que en realidad crea esos frutos concretos? Lo que crea esos frutos son las semillas y las raíces. Es lo que hay bajo el suelo lo que crea aquello que está por encima de este. Lo que no se ve es lo que crea lo que se
ve»

Resumiéndolo en una frase que me inspira mucho “Si quieres manzanas deliciosas, no plantes semillas podridas”

Bonita cosecha, Raúl ; )