“Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”
Aristóteles.
Fue en el año 1995, cuando el psicólogo, periodista y escritor Daniel Goleman, publicó un libro titulado “Inteligencia Emocional”, al cual le debemos, en gran parte, que este término haya entrado y calado de manera profunda en nuestra sociedad, hasta el punto de ser una expresión bastante frecuente y utilizada pero ¿Qué es y para qué sirve la Inteligencia Emocional?
Hay que decir que ya en su obra “La expresión de las emociones en los animales y en el hombre” (Darwin 1873), ofrece un estudio sobre la importancia y cometido de las emociones y su relación con la supervivencia. Pero es en la década de los años noventa del siglo XX, dónde los psicólogos John Mayer y Peter Salovey, establecen la primera definición global de Inteligencia Emocional como “la habilidad para percibir y expresar emociones, asimilar las emociones en el pensamiento, comprender y razonar a través de las emociones y regular las emociones en uno mismo y en los demás.”
Por otro lado, Goleman la define como “la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y, por último, pero no por ello, menos importante, la capacidad de empatizar y confiar en los demás.”
Otra manera de definirla, es desde la etimología. La palabra Inteligencia, significa “cualidad del que sabe elegir entre varias opciones”, y la palabra emoción, viene de movere, que significa “mover”, es decir, el mecanismo que nos impulsa a la acción. De manera que ser emocionalmente inteligente, tiene que ver con ser conscientes de lo que sentimos, y la manera de regularlo para escoger la mejor de las opciones para nosotros, los demás y el contexto en el que estamos en cada momento.
“Siempre tendremos razones para estar enfadados, pero esas razones, rara vez son buenas”
Benjamin Franklin.
En cuanto a la utilidad de aprender, entrenar y cultivar nuestra Inteligencia Emocional, hay que decir, por un lado, que existen numerosos estudios que demuestran las consecuencias devastadoras de no saber gestionar nuestras emociones, a modo de ejemplo:
- Sir William Osler realizó investigaciones que demostraron la existencia de una relación entre las enfermedades del corazón y determinados patrones de conducta. Casi un siglo más tarde, los cardiólogos Friedman y Rosenman descubrieron en sus pacientes el siguiente patrón, por un lado vivir siempre con prisas y por otro, experimentar con frecuencia sentimientos de enfado, hostilidad y agresividad, demostrando así una relación entre el estrés y las enfermedades cardiovasculares.
- Bruce McEwen, psicólogo de la Universidad de Yale, publicó en 1993 un estudio en el que demostraba la relación entre estrés-enfermedad. Señaló que el estrés provocaba:
- Alteración de la función inmunológica, pudiendo incluso acelerar la metástasis de cáncer.
- El aumento de la probabilidad de sufrir infecciones virales.
- Incremento de la placa que provoca la arterioesclerosis, aumentando los coágulos en sangre y la probabilidad de sufrir infartos.
- La aceleración del comienzo de la diabetes.
- El incremento de ataques de asma.
- Daños en el hipocampo, perjudicando así a la memoria (cuando el estrés se mantiene de forma prolongada en el tiempo).
- El psicoterapeuta clínico americano Lawrence Le Shan, realizó un estudio con más de 500 pacientes de cáncer, en el que concluyó que había una relación entre la aparición de tumores malignos y la pérdida del sentido de la vida (desesperanza, desamparo), la incapacidad para expresar enfado y la pérdida de una relación emocional importante.
Por otro lado, diversos estudios e investigaciones, como por ejemplo los llevados a cabo por el Dr Martin Seligman con veteranos de guerra del ejército Americano, demostraron que el entrenamiento en competencias de regulación emocional disminuían conductas de riesgo como el abuso de sustancias, incrementaban una mayor satisfacción con la vida y disminuían la depresión. También, la Clínica de Reducción del Estrés de Jon Kabat-Zinn, ha demostrado que el entrenamiento en relajación ayuda a los pacientes a reducir los síntomas de sus aflicciones y acelera la recuperación de sus enfermedades.
Es por ello, que resulta bastante beneficioso invertir energía y poner el foco en el aprendizaje y desarrollo de nuestra Inteligencia Emocional, y poder así mejorar nuestras competencias emocionales, es decir, el conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes que nos sirven para comprender, expresar y regular, de una manera más inteligente, nuestras emociones y nuestro mundo interno para, de esa manera, prevenir problemas de salud, y mejorar nuestra calidad de vida y nuestras relaciones.